Por el contrario, la segunda guerra la sostuvo por los Galos contra los Germanos, sin embargo de haber antes declarado aliado en Roma a su rey, Ariovisto; y es que eran vecinos muy molestos a los pueblos sujetos a la república, y se temía que si la ocasión se presentaba no permanecerían quietos en sus asientos, sino que invadirían y ocuparían la Galia. Viendo, pues, a los caudillos de los Galos poseídos de miedo, mayormente a los más distinguidos y jóvenes de los que se le habían reunido, como gente que tenía la idea de pasarlo bien y enriquecerse con la guerra, convocólos a una junta y les dijo que se retiraran y no se expusieran contra su voluntad, siendo hombres de poco ánimo y dados al regalo, y que con tomar él solamente la legión décima marcharía a los bárbaros, pues que no tendría que pelear con enemigos que valieran más que los Cimbros, ni él se reputaba por general inferior a Mario. En consecuencia de esto, la legión décima le envió una embajada para darle gracias; pero las demás se quejaron de sus jefes, y llenos todos los soldados de ardor y entusiasmo le siguieron el camino de muchos días, hasta acampar a doscientos estadios de los enemigos. Hubo ya en esta marcha una cosa que debilitó y quebrantó la osadía de Ariovisto: porque ir los Romanos en busca de los Germanos, que estaban en la inteligencia de que si ellos se presentasen ni siquiera aguardarían aquellos por lo inesperado, le hizo admirar la resolución de César, y vio a su ejército sobresaltado. Todavía los descontentaron más los vaticinios de sus mujeres, las cuales, mirando a los remolinos de los ríos, y formando conjeturas por las vueltas y ruido de los arroyos, predecían lo futuro; y éstas no los dejaban que dieran la batalla hasta que apareciera la Luna nueva. Habiéndolo entendido César, y viendo a los Germanos en reposo, le pareció más conveniente ir contra ellos cuando estaban desprevenidos que esperar a que llegara su tiempo, y acometiendo contra sus fortificaciones y las alturas sobre que tenían su campo, los provocó e irritó a que, impelidos de la ira, bajasen a trabar combate; y habiéndolos desordenado y puesto en huída, los persiguió por cuarenta estadios hasta llegar al Rin, llenando todo aquel terreno de cadáveres y de despojos. Ariovisto, adelantándose con unos cuantos, pasó el Rin, y se dice haber sido ochenta mil el número de los muertos.