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Ejecutadas estas hazañas, dejó en los Sécuanos las tropas para pasar el invierno, y queriendo tomar conocimiento de las cosas de Roma, bajó a la Galia del Po, que era de la provincia en que mandaba, porque el río llamado Rubicón separa la Galia, situada de la parte de acá de los Alpes, del resto de la Italia. Desde allí ganaba partido con el pueblo, pues eran muchos los que iban a verle, dando a cada uno lo que le pedía, y despachándolos a todos contentos: a unos, por haber ya recibido lo que apetecían, y a otros, por haberlos lisonjeado con esperanzas: de manera que por todo el tiempo que de allí en adelante se mantuvo en la provincia, sin que lo advirtiese Pompeyo, ora estuvo quebrantando con las armas de los ciudadanos a los enemigos, y ora con las riquezas y despojos de éstos conquistando a los ciudadanos. Mas habiendo entendido que los Belgas, que eran los más poderosos de los Celtas y poseían la tercia parte de la Galia, se habían rebelado, teniendo reunidos muchos millares de hombres sobre las armas, precipitó su vuelta y marchó allá con la mayor celeridad. Sobrecogió a los enemigos, talando el país de los Galos, aliados de la república, y habiendo derrotado a la muchedumbre, que peleó cobardemente, a todos los pasó al filo de la espada, de manera que los lagos y ríos profundos se pudieron transitar por encima de los montones de cadáveres. De los pueblos sublevados, los de la parte del Océano todos se sometieron voluntariamente, y sólo tuvo que hacer la guerra a los Nervios, pueblos feroces y belicosos que habitaban en espesos encinares y tenían sus familias y sus haberes en lo profundo de una selva, a la mayor distancia de los enemigos. Éstos, pues, en número de sesenta mil hombres, cargaron repentinamente a César al tiempo de estar poniendo su campo, lejos de esperar tan imprevista batalla, y a la caballería lograron ponerla en fuga, y envolviendo las legiones duodécima y séptima dieron muerte a todos los jefes de cohortes, y si César, tomando el escudo y penetrando por entre los que le precedían, no hubiera acometido a los enemigos, y la legión décima, viendo su peligro, no hubiera acu- dido prontamente desde las alturas y hubiera desordenado la formación de los enemigos, es probable que ninguno se habría salvado; aun así, con haber sostenido por el arrojo de César un combate muy superior a sus fuerzas, no pudieron rechazar a los Nervios, sino que allí los acabaron defendiéndose, pues se dice que de sesenta mil sólo se salvaron quinientos, y de cuatrocientos senadores, tres.

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