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Tenía ya César meditado, tiempo había, acabar con Pompeyo, como éste, sin duda, acabar con aquel: porque muerto a manos de los Partos Craso, que era el antagonista de entrambos, sólo le restaba al que aspiraba a ser el mayor el quitar de delante al que lo era, y a éste, para no verse en semejante caso, el adelantarse a acabar con aquel de quien podía temer. Este temor era reciente en Pompeyo, que antes apenas hacía caso de César, no teniendo por obra difícil el abatir a aquel a quien él mismo había elevado. Mas César, que desde el principio había echado estas cuentas acerca de sus rivales, a manera de un atleta se puso, hasta que fuese tiempo, lejos de la arena, ejercitándose en las guerras de la Galia; examinó su poder, aumentó con obras su gloria hasta ponerse a la altura de los brillantes triunfos de Pompeyo y estuvo en acecho de motivos y pretextos, que no le faltaron, facilitándolos ora Pompeyo, ora las ocasiones y ora el mal gobierno de Roma, que llegó a punto de que los que pedían las magistraturas pusiesen mesas en medio de la plaza para comprar descaradamente a la muchedumbre, y el pueblo asalariado se presentaba a contender por el que lo pagaba, no sólo con las tablas de votar, sino con arcos, con espadas y con hondas. Decidiéronse las votaciones no pocas veces con sangre y con cadáveres, profanando la tribuna y dejando en anarquía a la ciudad, como nave a quien falta quien la gobierne; de manera que los hombres de juicio tenían a dicha el que en tanto desconcierto y en tanta deshecha borrasca no padeciesen los negocios públicos mayor mal que el de venir a ponerse en manos de uno, y aun muchos hubo que se atrevieron a decir en público que sin el mando de uno solo era intolerable aquel gobierno, y que el modo de que se hiciera más llevadero este remedio sería recibirlo del más benigno entre los diferentes médicos, significando a Pompeyo. Como éste de palabra afectase rehusarlo, pero de obra nada le quedase por hacer para que se le nombrase dictador, meditando sobre ello Catón persuadió al Senado que podría tomarse el medio de designarle cónsul único, para que no arrancara por fuerza la dictadura, contentándose con una monarquía más legítima, y el Senado, además, le prorrogó el tiempo de sus provincias. Eran dos las que tenla la España y toda el África, las que gobernaba por medio de legados y manteniendo ejércitos, para los que recibía del Erario público mil talentos cada año.

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