En esto, César pidió el consulado por medio de comisionados y que igualmente se le prorrogara el tiempo de su mando en las provincias; al principio Pompeyo no hizo oposición, pero si Marcelo y Léntulo, enemigos, por otra parte, de César, y a lo que podía contemplarse preciso añadieron cosas que no lo eran, en su afrenta y vilipendio. Por- que habiendo César hecho poco antes colonia a Novocomo, en la Galia, despojaron a los habitantes del derecho de ciudad; y hallándose Marcelo de cónsul, a uno de sus decuriones que había venido a Roma le afrentó con las varas, añadiendo que le castigaba de aquella manera en señal de que no era ciudadano romano, y le dijo que fuera y lo manifestara a César. Después de este hecho de Marcelo, como ya César hubiese procurado que todos participasen largamente de las riquezas de la Galia, a Curión, tribuno de la plebe, le hubiese redimido de sus muchas deudas, y a Paulo, entonces cónsul, le hubiese hecho el obsequio de mil quinientos talentos, con los que compró y adornó la célebre basílica edificada en la plaza en lugar de la de Fulvio, temiendo ya entonces Pompeyo la sublevación trabajó abiertamente por sí y por sus amigos para que se le diera a César sucesor en el gobierno, y le envió a pedir los soldados que le había prestado para la guerra de la Galia. Envióselos éste, habiendo agasajado a cada soldado con doscientas y cincuenta dracmas; pero los que se los trajeron a Pompeyo esparcieron en el pueblo especies injuriosas y nada lisonjeras contra César y al mismo Pompeyo le engrieron con vanas esperanzas, haciéndole entender que era deseado en el ejército de César, y que si en Roma encontraba obstáculos y dificultades, por la envidia y por los recelos que siempre trae el gobernar, aquellas fuerzas las tenía prontas y sólo con que pusiese el pie en Italia al punto se pasarían a su partido, pues tan molesto había llegado a hacerse César generalmente al soldado y tan sospechoso de que aspiraba a la tiranía. Pompeyo, con estas relaciones, se llenó de orgullo, y desatendiendo el arreglo y orden del ejército, como hombre que no tenía por qué temer, en sus expresiones y sus dictámenes se declaraba contra César, manifestando su ánimo de hacer que se le derribase; pero a éste se le daba bien poco, y se dice que estando uno de los jefes de cohorte de su ejército a la puerta del Senado, y oyendo que no se prorrogaría a César el tiempo de su mando, dijo: “Pues ésta se lo prorrogará”, echando mano a la empuñadura de su espada.