Tomó César el ejército de Domicio, y se anticipó a ir recogiendo por las ciudades todas las demás tropas levantadas para su contrario, con las que, hecho ya fuerte y poderoso, marchó contra el mismo Pompeyo. Mas éste no aguardó su llegada, sino que, huyendo a Brindis, a los cónsules los envió primero con el ejército a Dirraquio, y él de allí a poco se hizo también a la vela al aproximarse César, según que en la Vida de aquel lo manifestamos con mayor individualidad. Quería César ir al punto en su seguimiento, pero faltábanle las naves, por lo que retrocedió a Roma, hecho dueño de toda la Italia en sesenta días, sin haberse derramado una gota de sangre. Como hubiese encontrado la ciudad más sosegada de lo que esperaba, y que muchos del Senado permanecían en ella, a éstos les dirigió palabras humanas y populares, y los exhortó a que enviasen a Pompeyo personas que tratasen con él de una transacción decorosa; pero no hubo quien se prestara a ello, bien fuese por temor a Pompeyo, a quien habían abandonado, o bien por creer que, no siendo tal la intención de César, sólo usaba del lenguaje que el caso pedía. Opúsosele el tribuno de la plebe Metelo a que tomara caudales del repuesto de la república, y como alegase a este propósito ciertas leyes, le respondió: “Que uno era el tiempo de las armas, y otro el de las leyes; y si llevas a malañadió- lo que yo ejecuto, por ahora quítate de delante, porque la guerra no sufre demasías. Cuando yo haya depuesto las armas en virtud de un convenio, entonces podrás venir a hacer declamaciones; y aun esto lo digo cediendo de mi derecho: porque mío eres tú y todos aquellos sublevados contra mí de quienes me he apoderado”. Al mismo tiempo que diri- gía estas expresiones a Metelo se encaminaba a las puertas del erario, y no pareciendo las llaves envió a llamar a cerrajeros, a quienes dio orden de que las franquearan; y como Metelo volviese a hacer resistencia, habiendo algunos que lo apoyaban, le amenazó en voz alta que le quitaría la vida si no desistía de incomodarle; “y esto ya sabes ¡oh joven!- añadióque me cuesta más el decirlo que el hacerlo”. Hicieron estas palabras que Metelo se retirara temeroso, y que ya le fuese fácil el allegar y disponer todo lo demás necesario para la guerra.