Vuelto César a Roma, le exhortaba su suegro Pisón a que enviara mensajeros a Pompeyo para tratar de concierto; pero Isáurico, por saber que complacía en ello a César, contradijo este parecer. Elegido dictador por el Senado, restituyó a los desterrados y rehabilitó en sus honores a los hijos de los que habían padecido por las proscripciones de Sila, y para alivio de carga hizo alguna reducción en las usuras a favor de los deudores. Por este término tomó algunas otras providencias, aunque no muchas; y habiendo abdicado esta especie de monarquía a los once días, se designó cónsul a sí mismo y a Servillo Isáurico, y convirtió su atención al ejército. Marchaba presuroso, por lo que pasó en el camino a las demás tropas; y no teniendo consigo más que seiscientos hombres de a caballo escogidos y cinco legiones en el trópico del invierno, a la entrada del mes de enero, equivalente para los Atenienses al de Posideón, se entregó al mar, y, pasando el Jonio, tomó a Órico y Apolonia, e hizo que los buques volviesen a Brindis para traer los soldados que se habían retrasado en la marcha. Éstos, mientras iban de camino, como ya tuviesen quebrantados sus cuerpos y les pareciese no hallarse con fuerzas para tal multitud de guerras, se desahogaban en quejas contra César: “¿Qué término- decían- pondrá este hombre a nuestros trabajos, trayéndonos y llevándonos como si fuésemos infatigables e insensibles? El hierro mismo se mella con los golpes, y al cabo de tanto tiempo hay que atender a la desmejora del escudo y la coraza. ¿Es posible que de nuestras heridas no colige César que manda a hombres mortales y que el padecer y sufrir tienen qué acabarse? La estación del invierno y los borrascosos tiempos del mar, ni a los dioses es dado violentarlos, y éste nos aguijonea y precipita, no como quien persigue, sino como quien es perseguido de sus enemigos”. Esta era la conversación que tenían mientras sosegadamente seguían el camino de Brindis; pero cuando a su llegada se hallaron con que César se había marchado, mudando al punto de estilo empezaron a maldecir de sí mismos, apellidándose traidores de su emperador, y maldecían a sus caudillos por no haber aligerado más el viaje. Subíanse sobre las eminencias que dominaban el mar y el Epiro para ver si descubrían las naves en que habían de pasar a esta región.