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En Apolonia, no teniendo César por suficientes las fuerzas que consigo llevaba, y retardándose demasiado las que estaban en la otra parte, perplejo e incomodado tomó una resolución violenta, que fue embarcarse, sin dar parte a nadie, en un barquillo de doce remos y dirigirse en él a Brindis estando aquel mar poblado de naves pertenecientes a las escuadras enemigas. De noche, pues, envuelto en las ropas de un esclavo, se metió en el barco, y, tomando lugar como un hombre oscuro, se quedó callado. Por el río Aoo había de bajar la embarcación al mar, y la brisa de la mañana, retirando las olas, suele mantener la bonanza en la desembocadura; pero en aquella noche el viento de mar, que sopló con fuerza, no dio lugar a que aquella reinase. Acrecentado por tanto el río con el flujo del mar, lo hicieron tan peligroso y terrible el ruidoso estruendo y los precipitados remolinos, que, dudando el piloto poder contrastar a la violencia de las aguas, dio orden a los marineros de mudar de rumbo, con ánimo de volver al puerto. Adviértelo César, se descubre, y tomando la mano al piloto que se queda pasmado al verle: “Sigue, buen hombre- le dice- ten buen ánimo; no temas, que llevas contigo a César y su fortuna”. Olvídanse los marineros de la tempestad, e impeliendo con fuerza los remos porfían con ahínco por vencer la corriente; mas siendo im- posible, y haciendo mucha agua el barco, con lo que se puso en gran peligro su misma persona, tuvo que condescender muy contra su voluntad con el piloto, que al cabo dispuso la vuelta. Al desembarcar sálenle al encuentro en tropel los soldados, quejándose y doliéndoles de que no crea que con ellos solos puede vencer, y de que se afane y ponga en peligro por los ausentes, desconfiando de los que tiene consigo.

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