En esto, Antonio salió de Brindis conduciendo las tropas, con lo que alentado ya César provocaba a Pompeyo, establecido en lugar ventajoso y provisto abundantemente por mar y por tierra, mientras que él, habiéndose hallado en estrechez desde el principio, por fin se veía en el mayor conflicto por la absoluta falta hasta de lo preciso; mas con todo, machacando los soldados cierta raíz y mojándola en leche, así iban tirando; y alguna vez, formando panes con ella, corrían a las avanzadas de los enemigos y se los arrojaban dentro de sus trincheras, diciendo que mientras la tierra llevase de aquellas raíces no desistirían de tener sitiado a Pompeyo, el cual no permitía que ni los panes ni estas expresiones llegasen a la muchedumbre por no desalentar a sus soldados, que temían la dureza e insensibilidad de aquellos enemigos como podrían las de una fiera. Continuamente tenían encuentros y combates parciales ante las trincheras de Pompeyo, y en todos se halló César, a excepción de sólo uno, en el que, introducido en sus tropas un gran desorden, estuvo en inminente riesgo de perder su campamento. Porque habiendo acometido Pompeyo, nadie quedó en su puesto, sino que los fosos se llenaron de muertos y al pie del valladar y de las trincheras perecían a montones. Salió César al encuentro y procuró contener y hacer volver el rostro a los fugitivos, pero no adelantó nada. Echaba mano a las insignias: mas los que las conducían las tiraban al suelo; de manera que los enemigos les tomaron treinta y dos, y él estuvo muy cerca de perecer; porque habiendo querido contener a un soldado alto y robusto de los que huían, que le pasaba al lado, mandándole que se detuviese y volviese contra los enemigos, éste, lleno de turbación en aquel conflicto, levantó la espada para desprenderse por fuerza; pero el escudero de César se le anticipó dividiéndole un hombro. Túvose, pues, por tan perdido, que, cuando Pompeyo, por excesiva prudencia o por fortuna suya, no concluyó aquella grande obra, sino que se retiró, contento con haber perseguido a los enemigos hasta su campamento, al volver a él César dijo a sus amigos: “Hoy la victoria era de los contrarios si hubieran tenido quien supiera vencer”. Entró en su tienda, y cerrado en ella, pasó la noche en la mayor aflicción, no sabiendo qué hacerse y culpando su desacierto, pues que, cayendo cerca una región mediterránea y ciudades bien surtidas en la Macedonia y Tesalia, había omitido llevar allá la guerra y se había situado allí a la orilla del mar, cuando los enemigos eran poderosos en él, sitiado más bien por el hambre que sitiando a aquellos con sus armas. Afligido y angustiado de esta manera por lo triste y apurado de su situación, levantó el campo con ánimo de marchar a la Macedonia contra Escipión, porque o atraería a Pompeyo donde tuviese que pelear sin estar tan provisto por el mar de víveres, o acabaría con Escipión si le dejaba solo.