Muchos prodigios anunciaron aquella victoria; pero el más insigne fue el sucedido en Trales. Había en el templo de la Victoria una estatua de César, y todo aquel terreno, además de ser muy compacto por naturaleza, estaba enlosado con una piedra dura, y se dice que nació una palma por entre la base de la estatua. En Padua, Gayo Cornelio, varón muy acreditado en la adivinación, conciudadano y conocido del historiador Tito Livio, casualmente aquel día estaba ejercitado en su arte augural, y en primer lugar supo, según refiere Livio, el momento de la batalla, y dijo a los que se hallaban presentes: “Ahora se agita la gran cuestión y los ejércitos vienen a las manos”. Después, pasando a la inspección y observación de las señales, se levantó, gritando con entusiasmo: “Venciste, César”: y como los circunstantes se quedasen pasmados, quitándose la corona de la cabeza, dijo con juramento que no volvería a ponérsela hasta que el hecho diese crédito a su arte. Livio confirma la relación de estos sucesos.