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César, habiendo dado libertad a la nación de los Tésalos en gracia de la victoria, persiguió a Pompeyo, y llegado al Asia dio también la libertad a los de Cnido en honor de Teopompo, el que recopiló las fábulas; y a todos los habitantes del Asia les perdonó la tercia parte de los tributos. Habiendo arribado a Alejandría, muerto ya Pompeyo, abominó la vista de Teodoto, que le presentó la cabeza de su rival, y al recibir el sello de éste no pudo contener las lágrimas. De los amigos y, confidente de aquel, a cuantos andaban errantes o habían sido hechos prisioneros por el rey les hizo beneficios y procuró ganarlos. Así es que, escribiendo a Roma a sus propios amigos, les decía que el fruto más grato más señalado que había cogido de su victoria era el salvar a algunos de aquellos ciudadanos que siempre le hablan sido contrarios. Acerca de la guerra que allí tuvo que sostener, algunos la gradúan no solamente de no necesaria, sino, además, de ignominiosa y arriesgada por sólo los amores de Cleopatra; pero otros culpan a las gentes del rey, y principalmente al eunuco Potino, que, gozando del mayor poder, había dado muerte poco antes a Pompeyo, había hecho alejar a Cleopatra y con mucha reserva estaba armando asechanzas a César, a lo que se atribuye el que éste hubiese empezado a pasar las noches en francachelas para atender a la custodia de su persona. Por otra parte, Potino bien a las claras decía y hacía cosas en odio de César que no podían tolerarse; porque haciendo dar a los soldados provisiones malas y añejas, decía que sufrieran y aguantaran, pues que comían de ajeno, y para los convites no ponía sino utensilios y vajilla de madera y de tierra, porque los de oro y plata estaban- decía- en poder de César por un crédito. Porque es de saber que el padre del rey actual había sido deudor de César por diecisiete millones quinientas mil dracmas, de las que había perdonado César a sus hijos siete millones quinientas mil, pero pedía los diez millones restantes para mantener el ejército. Decíale Potino que se marchara y atendiera a sus grandes negocios, que ya le restituiría el dinero con acción de gracias; pero César le respondió que no le hacían falta los consejos de los Egipcios, y reservadamente hizo venir a Cleopatra.

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