Catón y Escipión, después de la batalla de Farsalia, se refugiaron en África; y como reuniesen allí fuerzas de alguna consideración y tuviesen el auxilio del rey Juba, determinó César marchar contra ellos. Pasó, pues, en el solsticio de invierno a la Sicilia, y para quitar a los caudillos que consigo tenía toda esperanza de descanso y detención puso su tienda en el mismo batidero de las olas, y embarcándose apenas hubo viento dio la vela, con tres mil infantes y muy pocos caballos. Desembarcados éstos, sin que lo entendieran, volvió a hacerse al mar por el cuidado de las restantes fuerzas, y encontrándose ya con ellas en la mar, los condujo a todos al campamento. Llegó allí a entender que los enemigos estaban confiados en cierto oráculo antiguo, según el cual se tenía por propio del linaje de los Escipiones vencer siempre en el África; y es difícil decir si en lo que ejecutó se propuso usar de cierta burla contra Escipión, que mandaba el ejército enemigo, o si con conocimiento y de intento quiso hacerse propio el agüero; porque tenía consigo a un ciudadano por otra parte oscuro y de poca cuenta, pero que era de la familia de los Africanos, y se llamaba Escipión Salución. A éste, pues, le daba el primer lugar en los encuentros, como a general del ejército, precisándole a entrar muchas veces en lid con los enemigos y a provocarlos a batalla, porque no tenía pan que dar a su gente, ni había pasto para las bestias, sino que se veían precisados a mantener los caballos con ova marina despojada de la sal y mezclada con un poco de grama como un condimento, a causa de que los Númidas, mostrándose a menudo y en gran número por todas partes, eran dueños del país. Sucedió en una ocasión que se hallaban distraídos los soldados de caballería de César a causa de que se les había presentado un Africano que ejecutaba cierto baile y tañía prodigiosamente la flauta, y ellos se estaban allí divertidos, entregando los caballos a los muchachos; y acometiendo repentinamente los enemigos, matan a los unos, y con los otros, que dieron precipitadamente a huir, llegan hasta el campamento; y a no haber sido porque a un tiempo César y Asinio Polión acudieron en su auxilio y contuvieron la fuga, en aquel punto hubiera acabado la guerra. En otra batalla, que se trabó, y en la que llevaban los enemigos lo mejor, se dice que César, a un portaestandarte que huía lo agarró del cuello, y le hizo volver cara, diciéndole: Ahí están los enemigos.