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Con estos felices preludios se alentó Escipión para querer dar batalla, y dejando a una parte a Afranio y a otra a Juba acampados a corta distancia, sobre un lago levantó fortificaciones para su campamento junto a la ciudad de Tapso, a fin de que en caso de una batalla les sirviera a todos de apoyo y refugio. Mientras él, atendía a estos trabajos, César, pasando con indecible celeridad por lugares cubiertos de maleza, y que apenas permitían pisarse, de éstos sorprendió y envolvió a unos, y a otros los acometió de frente; y habiéndolos destrozado a todos, aprovechó el momento y la corriente de su próspera fortuna, llevado de la cual toma de un golpe el campamento de Afranio y de otro saquea el de los Númidas por haber dado a huir Juba; y habiéndose hecho dueño de tres campamentos, y dado muerte a cincuenta mil enemigos en una partecita muy pequeña de un solo día, él no tuvo más pérdida que la de cincuenta hombres. Algunos refieren de esta manera lo ocurrido en aquella batalla, pero otros dicen que César no se encontró en la acción, porque al ordenar y formar las tropas se sintió amagado de su enfermedad habitual; y que habiéndolo conocido desde luego, antes de llegar al estado de perturbación y de perder el sentido, aunque ya con alguna convulsión, se hizo llevar a un castillo de los que estaban inmediatos, y en aquel retiró pasó su mal. De los varones consulares y pretorios que huyeron después de la batalla, unos se quitaron a sí mismos la vida al ir a caer en manos de los enemigos, y a otros, en bastante número, les hizo dar muerte César luego que fueron aprehendidos.

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