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Como tuviese vivo deseo de alcanzar y aprehender vivo a Catón, se apresuró a llegar a Utica, porque a causa de hallarse de guarnición en aquella ciudad no tuvo parte en la batalla; mas habiendo sabido que Catón se había dado muerte, lo que no pudo dudarse es que se manifestó ofendido; pero cuál fue la causa todavía se Ignora. Ello es que prorrumpió en esta expresión: “No quisiera ¡oh Catón! que tuvieras la gloria de esa muerte, como tú no has querido que yo tenga la de salvarte la vida”. El discurso que después de estos hechos y después de la muerte de Catón escribió contra él no da pruebas de que le mirase con compasión o de que no le fuera enemigo: porque ¿cómo habría perdonado vivo a aquel contra quien cuando ya no lo sentía vomitó tanta cólera? Con todo, de la indulgencia con que trató a Cicerón, al mismo Bruto y a otros infinitos de los vencidos quieren colegir que aquel discurso no se formó por enemis- tad, sino por cierta contienda política con la ocasión siguiente. Escribió Cicerón el elogio de Catón, y dio el título de Catón a este opúsculo, que no era extraño fuese solicitado de muchos, como escrito por el más elocuente de los oradores, sobre el asunto más grande y más digno. Esto mortificó a César, que reputaba por acusación propia la alabanza de un varón que se había dado muerte por su causa. Escribió, pues, otro discurso, en el que reunió contra Catón muchas causas y motivos, y al que intituló Anticatón. De estos discursos, uno y otro tienen, por César y por Catón, muchos que los buscan y leen con ansia.

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