- Concluida la expedición y el mando de Catón, salieron acompañándole, no con plegaria y votos, lo que es común, ni con elogios, sino con lágrimas, rodeándole todos, tendiendo las ropas ante sus pies por donde pasaba y besándole las manos, demostraciones éstas de que con muy pocos generales usaban los romanos de aquel tiempo. Mas como quisiese, antes de entrar en nuevos cargos de gobierno, recorrer y reconocer el Asia, haciéndose espectador de los usos, costumbres y fuerzas de cada provincia, y desease, por otra parte, complacer al gálata Deyótaro, que, movido de amistad y hospitalidad paterna, le rogaba pasara a verle, emprendió su viaje en esta forma: al amanecer mandaba delante su panadero y su cocinero al pueblo donde había de hacer mansión, y llegando éstos con tiempo y desahogo a la ciudad, si en ella no había algún amigo íntimo o algún conocido de Catón, le preparaban en la posada pública el hospedaje, sin ser molestos a nadie; sólo donde no había mesón se dirigían a las autoridades y tomaban alojamiento, contentándose con el que les señalaban. No pocas veces sucedía que, o no les creían, o no les atendían, a causa de no usar de alborotos y amenazas con las autoridades, y Catón se hallaba con que nada habían hecho; y tal vez a él mismo le miraban con desdén, y sentado tranquilamente sobre las cargas pasaba por un hombre pusilánime y tímido. En alguna ocasión hizo llamar a los magistrados y les dijo: “Infelices poned remedio en este mal modo en recibir a los huéspedes; no todos los que vengan serán Catones, embotad con el buen trato su autoridad y poder, porque no suelen desear más que un pretexto para tomarse fuerza lo que no se les da de grado”.