Pues que no nos es permitido omitir ni las más pequeñas señales de la índole y las costumbres a los que nos hemos propuesto hacer la imagen y pintura del ánimo, se dice que, en medio del grande altercado y contienda que César tenía con Catón, y cuando el Senado estaba muy atento a lo que entre ambos pasaba, le entraron a César una esquela; que excitando Catón con este motivo sospechas y haciéndolas valer, como algunos que también se conmovieron se empeñasen en que el escrito había de leerse, César alargó la esquela a Catón, que estaba inmediato, y que, leyéndola éste, como encontrase que era un billete desvergonzado de su hermana Servilia a César, con quien estaba enredada en criminales amores, se lo tiró a César, diciéndole: “Ten, borracho”; y volvió, sin más detenerse su discurso, al punto de que antes se trataba. Parece en general que a Catón le siguió la desgracia en punto a las mujeres de su familia, porque si ésta dio mucho que hablar con César, todavía fueron más bochornosos los sucesos de la otra Servilia, hermana de Catón; la cual, estando casada con Lúculo, uno de los más señalados varones de Roma, y habiendo ya tenido un niño, por su disolución fue lanzada de casa, y, lo que es más vergonzoso todavía, ni la mujer del mismo Catón, Atilia, estuvo pura y exenta de estos yerros, sino que, con haber tenido de ella dos hijos, se vio en la precisión de repudiarla por su mala conducta.