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Muerto Léntulo y sus secuaces, como César se acogiese al pueblo con motivo de la delación y acusación producida contra él en el Senado, y conmoviese y atrajese a sí todo lo viciado y corrompido de la república, concibió temor Catón, y propuso al Senado que ganara a la muchedumbre indigente y jornalera con una distribución de granos que vendría a tenerle de costa al año mil doscientos y cincuenta talentos. Desvanecióse notoriamente con esta beneficencia y largueza la tempestad que amenazaba, pero abalanzándose en este tiempo Metelo al tribunado de la plebe, congregó juntas muy tumultuosas y escribió una ley para que Pompeyo Magno viniera cuanto antes con poderosas fuerzas y con su protección salvara la ciudad, tan en peligro como durante la conjuración de Catilina. Las palabras no podían ser más modestas, pero el objeto y blanco de la ley era poner la república en manos de Pompeyo y hacerle entrega del imperio. Congregóse el Senado, y Catón no se acaloró contra Metelo con la viveza que solía, sino que hizo algunas reflexiones con suavidad, sumisión y blandura; y por fin hasta interpuso ruegos, celebrando a la familia de los Metelos, por haber sido partidaria de los patricios; con lo que Metelo, pareciéndole que aquello era darse por vencido, se insolentó más, y manifestó despreciarle, prorrumpiendo en expresiones y amenazas llenas de orgullo y arrogancia, diciendo que lo propuesto había de hacerse, a pesar del Senado. Entonces mudó Catón de continente, de voz y de discurso, concluyendo resueltamente con que viviendo él no sucedería que Pompeyo se presentara con armas en la ciudad. Y lo que al Senado le pareció fue que ni uno ni otro se habían mantenido en los límites de la prudencia ni habían propuesto lo que a la salud de la patria convenía, por ser las miras de Metelo una locura, que en el exceso de su maldad se encaminaba a la ruina y total trastorno de la república, y el acaloramiento de Catón un entusiasmo de virtud que luchaba por la causa de lo honesto y lo justo.

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