En esto, tomando el ministro en la mano la ley, Catón no se la dejó leer; tomóla después Metelo mismo, y al empezar a leerla le arrebató Catón el códice. Termo, que se hallaba al frente de Metelo, como éste, que sabía la ley de memoria, se pusiese a recitarla, le tapó la boca con la mano y le obstruyó la voz, hasta que,convencido Metelo de que no podía prevalecer en aquella contienda, por ver que el pueblo cedía y permanecía inmóvil, recurrió al medio conducente, dando orden de que los hombres armados que allí cerca estaban prevenidos acudieran gritando a poner miedo. Ejecutóse así, y todos se dispersaron, permaneciendo solo Catón, al que, insultado y acometido con piedras y palos desde arriba, no abandonó aquel Murena absuelto en la causa en que éste fue su acusador, sino que, oponiendo su toga, y gritando a los que le tiraban se contuviesen, y, por último, persuadiendo al mismo Catón y tomándole entre sus brazos, lo condujo al templo de los Dioscuros. Cuando Metelo vio que la tribuna estaba desierta, y que habían huido de la plaza los que le hacían oposición, dando por supuesto que el vencimiento era suyo, mandó a la gente armada que se retirase, y con la mayor confianza se encaminó a continuar las operaciones relativas a la ley. Mas los contrarios, habiéndose rehecho prontamente de la primera turbación, volvieron a presentarse, gritando con entereza y resolución, en términos que a Metelo y los suyos les inspiraron miedo y desaliento, por creer que volvían poderosos en armas, sin examinar dónde pudieron tomarlas; y así, no quedó ninguno, sino que todos huyeron de la tribuna. Habiendo aquellos desaparecido de esta manera, se presentó otra vez Catón, celebrando la actitud del pueblo e infundiéndole aliento, con lo que la muchedumbre se propuso acabar con Metelo por todos los medios, y el Senado, congregado en medio de aquel alboroto, puso a cargo de los cónsules que auxiliasen a Catón y resistiesen una ley que introducía en Roma la sedición y la guerra civil.