Por lo que hace a Metelo, todavía se conservaba resuelto e intrépido; pero viendo a los de su partido intimidados por Catón, a quien juzgaba impertérrito e invencible, bajó repentinamente a la plaza, y congregando al pueblo, trató por diferentes medios de hacer odioso a Catón, y gritando que iba a huir de la tiranía de éste y de la conjuración contra Pompeyo, de la que se arrepentiría bien pronto la ciudad, por haber injuriado a un varón tan excelente, movió al punto para el Asia, a fin de anunciarle, según decía, estos atentados. Fue, pues, grande la gloria de Catón, por haber desvanecido la grave opresión del tribunado y por haber en cierta manera triunfado en Metelo del poder de Pompeyo; aun recibió realce aquella gloria, por no haber condescendido con que el Senado notara de infamia, como lo intentaba, a Metelo, y lo despojara del tribunado, resistiéndolo e interponiendo sus ruegos. Porque para muchos era prueba de humanidad y modestia el no humillar ni insultar al enemigo después de haberle vencido a viva fuerza, y a los que pensaban con cordura les parecía oportuno y conveniente el no irritar a Pompeyo. En esto volvió Lúculo de su expedición, cuyo término y gloria parecía haberle usurpado Pompeyo, y estuvo en riesgo de no triunfar, haciéndole oposición Cayo Memio ante el pueblo, y suscitándole causas, más bien por adular en esto a Pompeyo que por propia ofensa o enemistad; pero Catón, que tenía deudo con él, porque estaba casado con su hermana Servilia, y que miraba como injusta aquella contradicción, hizo frente a Memio, siendo el blanco de muchas calumnias y acusaciones. Finalmente, a nada menos tiraba Memio que a arrojarlo de su magistratura como de una tiranía; tuvo, sin embargo, tanto poder, que obligó al mismo Memio a dejar desiertas las causas y retirarse de la contienda. Triunfó, pues, Lúculo, y todavía se unió en más estrecha amistad con Catón, teniendo en él un alcázar y antemural contra el poder de Pompeyo.