Volvía Pompeyo Magno del ejército, y como viniese en la persuasión, al ver el aparato y ostentación con que era recibido, de que no tendría pretensión ninguna en la que fuese desatendido por los ciudadanos, envió quien solicitase que por el Senado se suspendiesen los comicios consulares, para poder interceder por Pisón luego que hubiese llegado. Prestábanse a ello los más, pero Catón, que, aunque no tenía la suspensión por una cosa de importancia, quería, sin embargo, cortar aquella tentativa y las esperanzas de Pompeyo, la contradijo, e hizo mudar al Senado de parecer, en términos que se negó. Acontecimiento que incomodó vivamente a Pompeyo; y considerando que en muchas cosas se vería desairado sí no tenía a Catón por amigo, envió a llamar a Munacio, que lo era de éste; y teniendo Catón dos sobrinas, casaderas, pidió la mayor para sí y la menor para su hijo, aunque dicen algunos que la petición no fue de sobrinas, sino de hijas de Catón. Dio parte Munacio a éste, a la mujer y a las sobrinas de lo que ocurría, y éstas mostraban complacerse en aquel lance, mirando a la grandeza y dignidad del pretendiente; pero Catón, sin detenerse y sin mas examen, puesto desde luego en lo que se quería: “Anda, Munacio- le dijo-, anda y manifiesta a Pompeyo que a Catón no se le gana por este lado; mas que con todo, aprecia su afecto, y en las cosas justas le dará pruebas de una amistad más leal que todos los parentescos, pero no dará prendas a la gloria de Pompeyo en daño de la patria”. Incomodáronse con esta respuesta las mujeres, y los amigos de Catón la tacharon de poco atenta y orgullosa; mas, negociando de allí a poco Pompeyo el consulado para uno de sus amigos, envió caudales para ganar las tribus, siendo este soborno tan manifiesto y público, que en sus jardines se contaba el dinero. Entonces Catón dijo a las mujeres de su casa que había sido preciso tomar parte y mezclarse en aquellas indecorosas negociaciones si se hubiera unido por afinidad a Pompeyo; en lo que, convinieron ellas, diciendo que lo había pensado mejor negándose a la pretensión. Mas si se hubiera de juzgar por los sucesos, parecería que Catón había errado en no haber admitido aquella afinidad, pues que dio lugar con esto a que Pompeyo se inclinara a César e hiciera un casamiento que, reuniendo en un punto todo el poder de ambos, estuvo en muy poco que no echase por tierra el Imperio romano. El gobierno, ciertamente mudó; nada de lo cual habría sucedido probablemente si Catón, por temor de menores males de parte de Pompeyo, no hubiera desconocido que iba a acrecentar su poder para otros mayores; mas esto todavía estaba por ver.