Contendía en aquella sazón Lúculo contra Pompeyo por las disposiciones tomadas en el Ponto, pues quería cada uno que las suyas prevaleciesen; y como sosteniendo Catón a Lúculo, agraviado notoriamente, fuese vencido Pompeyo en el Senado, recurrió éste al medio de ganar popularidad, y propuso un repartimiento de tierras a favor de los soldados; mas también en esto se le opuso Catón, e iba a conseguir se desechase la ley, cuando Pompeyo se valió de Clodio, el más osado entonces de los tribunos de la plebe, e hizo también intervenir a César, siendo en cierta manera el mismo Catón quien dio el motivo; porque volviendo entonces César del ejército de España, quería al mismo tiempo presentarse candidato para el consulado y pedir el triunfo. Mas, según la ley, los que pedían una magistratura tenían que estar presentes, y los que habían de entrar en triunfo era preciso que esperaran de muros afuera; y él quería que por el Senado se le diera facultad de pedir el consulado por ministerio de otros. Eran muchos los que venían en ello, pero Catón lo contradijo, y habiendo comprendido que estaban dispuestos a otorgar a César aquella gracia, gastó todo el día en hablar, y de este modo dejó sin efecto la resolución del Senado. Dando, pues, César de mano al triunfo, entró en la ciudad, y ya no pensó más que en Pompeyo y en el consulado. Designado cónsul, desposó a Julia con Pompeyo, y concertados entre sí contra la república, el uno proponía leyes sobre el sorteo y repartimiento de tierras a los pobres y el otro se presentaba a defenderlas. Lúculo y Cicerón, poniéndose de acuerdo con Bíbulo, que era el otro cónsul, se esforzaban a resistir, y sobre todo Catón, que empezaba ya a entrever que la amistad y unión de César y Pompeyo no se había hecho para nada bueno, y así, dijo expresamente que no era el repartimiento de tierras lo que temía, sino el salario que por él pedirían los que lisonjeaban a la nación con aquel cebo.