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Munacio, sin embargo, escribe que su enojo no nació de la desconfianza de Catón, sino, por parte de éste, de cierto olvido y frialdad para con él, y por su parte, de celos y emulación de Canidio; porque también Munacio dio a luz un escrito sobre Catón, que fue el que principalmente siguió Traseas. Dice, pues, que él llegó el último a Chipre, donde se puso muy poco cuidado en su hospedaje; que presentándose a la puerta de la habitación de Catón, se le hizo retirar, por estar Catón ocupado en hacer unos fardos, con Canidio, y que habiéndose quejado de todo con moderación, había recibido una no moderada respuesta, a saber: que corría peligro no saliese cierta aquella máxima de Teofrasto de que el grande amor suele muchas veces ser causa de odio: “Pues que tú mismo- dijo- te disgustas de que amando mucho no se te honra tanto como crees serte debido, y si me valgo de Canidio es por su inteligencia y porque me inspira más confianza que otros, habiendo vencido conmigo desde el principio y habiéndolo experimentado muy íntegro y puro.” Estas cosas, que pasaron entre los dos solos, Catón las refirió a Canidio, y habiéndolo sabido Munacio, dejó de concurrir a cenar a casa de Catón, y de acudir a darle consejo cuando era llamado; y amenazándole Catón que le tomaría prendas, como es costumbre exigirlas de los que no obedecen, se embarcó para el regreso sin hacer caso, y se mantuvo enojado por largo tiempo. Después, habiéndole hablado Marcia, que todavía estaba unida a Catón, sucedió que fueron convidados a cenar por Barca, y habiendo entrado Catón el último, cuando los demás estaban sentados, preguntó dónde presentaría, y diciéndole Barca y habiendo entrado Catón el último, cuando los demás estaban sentados, preguntó dónde se sentaría y diciéndole Barca que donde gustase, recorrió el cenador con la vista, y dijo que al lado de Munacio. Pasó a donde éste estaba y se sentó junto a él; pero fuera de esto, ya ninguna otra demostración se hicieron durante la cena. Más adelante, a ruego de Marcia, le escribió Catón, diciéndole que tenía que verle, y habiendo pasado Munacio a su casa por la mañana temprano, Marcia le detuvo hasta que todas las gentes se retiraron; y entonces, entrando Catón, le echó los brazos, le saludó y le dio las mayores muestras de amistad. Hemos referido con alguna extensión estas ocurrencias, por creer que no conducen menos para manifestar la índole y las costumbres que las acciones en grande y ejecutadas en público.

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