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Juntó Catón en dinero muy poco menos de siete mil talentos, y temiendo los peligros de una larga navegación, dispuso muchos cajones de cabida de dos talentos y quinientas dracmas. Cerrados, clavó en cada uno una cuerda, y a la punta de ésta ató un corcho de bastante magnitud, para que, si el barco zozobraba, el corcho ligado desde abajo señalara el sitio. Por lo que hace al caudal todo llegó con seguridad, a excepción de una cantidad muy pequeña; pero las cuentas, formadas con la mayor puntualidad, de todo cuanto había administrado, habiendo hecho de ellas dos copias, ninguna se salvó, pues que trayendo la una un liberto suyo llamado Filargiro, que dio la vela desde Cencris, naufragó, y la perdió, junto con el equipaje. Trajo la otra él mismo hasta Corcira, en cuya plaza se aposentó, y habiendo los marineros, por el frío, encendido muchas hogueras aquella noche, se quemaron las tiendas, y el cuaderno desapareció. Lo que es para tapar la boca a los enemigos y calumniadores de Catón, pudieron bastar los de la servidumbre del rey que vinieron a Roma, así, por otro lado es por donde es te suceso incomodó a Catón; pues no se había esmerado en las cuentas para acreditar su fidelidad, sino que quería dejar a los demás, un ejemplo de exactitud; y la fortuna lo castigó.

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