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Sucedió después de esto que Pompeyo y Craso, habiendo ido a visitar a César, que había pasado los Alpes, acordaron con éste que pedirían juntos el segundo consulado; y posesionados de él harían decretar para César la prorrogación del mando para otro tanto tiempo, y para sí mismos las mejores provincias, con los fondos y tropas correspondientes. Lo que venía a ser una conjuración para el repartimiento del imperio, y la disolución de la república. Había muchos de los más distinguidos ciudadanos que pensaban presentarse a pedir el consulado; pero a todos los demás que vieron entre los candidatos les hicieron retirarse; sólo a Lucio Domicio, casado con su hermana Porcia, le persuadió Catón que no desistiese de la contienda, la cual no era por la magistratura, sino por la libertad de los Romanos; y entre la parte todavía sana y prudente de la ciudad corría la voz de que no era cosa para descuidar el que, reuniéndose el poder de Craso y de Pompeyo, se hiciera su mando enteramente insufrible, sino que debía trabajarse para excluir al uno, sobre lo que acudían a Domicio excitándole y dándole ánimo, porque se le agregarían muchos votos de los que callaban por miedo. Mas como recelasen esto mismo Pompeyo y los suyos, tenían armadas asechanzas a Domicio, que bajaba muy de mañana con hachas al campo de Marte: el primero de los que alumbraban fue herido, y cayó muerto; fuéronlo también otros después de éste, por lo que huyeron todos, a excepción de Catón y Domicio; porque a éste lo detenía Catón, aunque herido en un brazo, y le exhortaba a permanecer y no abandonar mientras tuvieran alientos, aquel combate por la libertad contra los tiranos, los cuales ya no dejaban duda sobre el modo con que usaban de su autoridad, cuando se encaminaban a ella por medio de tales violencias e injusticias.

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