Presentáronse de allí a poco a pedir el consulado Escipión, Hipseo y Milón, y como empleasen no sólo las injusticias conocidas ya, y puede decirse ingénitas, a saber, la corrupción y los sobornos, sino las armas, las muertes y todo género de violencia, precipitándose la república temeraria y osadamente en la guerra civil, deseaban algunos que presidiese Pompeyo los comicios; opúsose al principio Catón, diciendo que no había de venirles por Pompeyo la seguridad a las leyes, sino por las leyes a Pompeyo; pero prolongándose la anarquía por largo tiempo, y teniendo sitiada la plaza pública a cada momento tres ejércitos, de modo que estuvo en muy poco el que este mal no se hiciese irremediable, juzgó conveniente que en aquella extrema necesidad se pusiese la república, por voluntario favor del Senado, en manos de Pompeyo, y que usando entre los remedios ilegales del más suave para curar el mayor de los trastornos, se recurriera al mando de uno solo, antes que estarse esperando a que la sedición terminase en tiranía. Manifestando, pues, Bíbulo, que era deudo de Catón, su dictamen en el Senado, dijo que convenía elegir por único cónsul a Pompeyo, porque o la república se mantendría estando él al frente, o a lo menos servirían al que parecía más digno. Levantóse enseguida Catón, y, cuando nadie lo esperaba, elogió este pensamiento, y fue su parecer que cualquiera gobierno era preferible a la anarquía, y que esperaba que Pompeyo gobernaría rectamente y conservaría la república que se acogía a su virtud.