49

César, aunque muy embebido en la guerra de la Galia y muy entregado a las armas, no dejaba de adelantar en su intento de ganar poder en la ciudad por medio de presentes, de sobornos con dinero y de los manejos de sus amigos, acerca de lo cual ya las amonestaciones de Catón habían hecho volver a Pompeyo de la incredulidad que antes le hacía tener este peligro por un sueño; pero como, sin embargo, estuviese todavía lleno de pereza y resolución, para contrarrestarle y contenerle se movió Catón a pedirle el consulado, porque o le quitaría las armas a César, o pondría de manifiesto sus asechanzas. Sus competidores ambos tenían favor: Sulpicio, uno de ellos, debía en gran parte sus aumentos en la república a la gloria y al poder de Catón; así, creía que en esta ocasión faltaba a la honradez y al agradecimiento; pero Catón no se daba por ofendido: “Porque, ¿qué hay que maravillar- decía- el que uno no ceda a otro lo que tiene por el mayor de los bienes?” Mas en este mismo tiempo hizo decretar al Senado que los que pedían las magistraturas hubieran de hacer por sí mismos los obsequios al pueblo, y no por medio de otros, ni interponer quien hiciese ruegos con lo que aún irritó más a la muchedumbre, pues que, quitándoles no sólo el recibir precio, sino aun el hacer favor, dejaba al mismo tiempo a la plebe pobre y desatendida; y como no siendo por su carácter propio para agasajos y obsequios quisiese más conservar la dignidad y decoro de su conducta que ganar el cargo no haciendo por sí ni dejando que hiciesen sus amigos las demostraciones recibidas, con las que se capta y gana la benevolencia del pueblo, fue desairado en su pretensión.

Share on Twitter Share on Facebook