Enviado al Asia para que ayudara a los que estaban encargados de allegar naves y gentes, llevó consigo a su hermana Servilia y a un hijo pequeño que, ésta había tenido de Lúculo, porque le había seguido, logrando con esto borrar en gran parte la nota de su inmoderada conducta, pues que, se había sujetado voluntariamente al cuidado, a los viajes y al austero método de vida de Catón; sin embargo César no dejó, a pretexto de la hermana, de lanzar dicterios contra Catón. Parece que los generales de Pompeyo en las demás partes no habían tenido necesidad del auxilio de aquel; pero a los Rodios él fue quien los atrajo con su persuasión; y dejando en aquella ciudad a Servilia y al niño, volvió a unirse con Pompeyo, que ya tenía un brillante ejército y una numerosa escuadra. En esta ocasión puso Pompeyo bien de manifiesto cuáles eran sus ideas, porque había resuelto dar a Catón el mando de las naves, que las de guerra no bajaban de quinientas, y los transportes, las de avisos y barcos rasos no tenían número; pero habiendo recapacitado luego, o sido advertido por sus amigos de que para Catón no había más que un punto capital, y era el de libertar a la patria de toda dominación, y que por lo mismo, si se ponían a su disposición tantas fuerzas en el día que vencieran a César, en aquel mismo trataría de que Pompeyo depusiera las armas y se sujetara a las leyes, mudó de determinación, sin embargo de que ya lo había comunicado a aquel, y nombró a Bíbulo general de la armada. Mas, sin embargo, no observó que por eso se hubiese entibiado la amistad de Catón hacia él. Y aun se dice que para una batalla ante Dirraquio exhortó Pompeyo a las tropas, y quiso que cada uno de los generales les dirigiese la palabra para inflamarlos; ejecutado así, los soldados los escucharon en silencio y sin hacer el menor movimiento; pero hablándoles Catón después de todos de los objetos propios del momento, según lo que acerca de ellos enseña la filosofía, de la libertad y la virtud, de la muerte y de la gloria, mostrándose interiormente conmovido, y habiendo vuelto al concluir su discurso a la invocación de los dioses, como que se hallaban presentes y eran testigos de aquel combate, levantóse tal gritería y fue tan grande la conmoción del ejército, que todos los caudillos, llenos de las mayores esperanzas, corrieron denodados al peligro. Cuando llevaban derrotados y batidos a los enemigos, el genio de César les arrebató el complemento de la victoria, valiéndose de la nimia circunspección de Pompeyo y de su sobrada desconfianza, según que, en la Vida de éste lo tenemos escrito. Alegrábanse, los demás y celebraban este suceso, pero Catón lloraba sobre la patria, y maldecía la funesta y malhadada ambición de mando, por la que veía a muchos excelentes, ciudadanos muertos a manos unos de otros.