Aunque Catón no dejó de rastrear su mudanza, nada les dijo por entonces; pero escribiendo a Escipión y Juba que no pensaran en venir a Utica, por la desconfianza que tenía en los trescientos, despachó los correos. Los de caballería huidos de la batalla, que no componían un número despreciable, se dirigieron a Utica, y enviaron a Catón tres mensajeros, que no venían con un mismo pensamiento, porque unos querían ir a unirse con Juba, otros agregarse a Catón, y aun había otros que tenían miedo de entrar en Utica. Catón, oídos sus mensajes, dio orden a Marco Rubrio para que estuviera en observación de los trescientos, recibiendo sosegadamente las suscripciones para la libertad de los esclavos, sin violentar a nadie; y tomando consigo a los del orden senatorio, salió fuera de Utica en busca de los comandantes de la caballería. Llegado a ellos, les rogó que no abandonaran a tan esclarecidos senadores de Roma, ni prefirieran a Juba por su general en comparación de Catón, sino que juntos se salvaran y los salvasen, entrando en una ciudad que no podía ser tomada por fuerza, y que tenía víveres y todo género de municiones y pertrechos para muchos años. Rogábanles esto mismo con lágrimas los senadores, y los comandantes fueron a tratarlo con los soldados. En tanto, Catón se sentó con aquellos en un colladito para esperar la respuesta.