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Llegó en esto Rubrio, acusando con grande enfado a los trescientos de estar moviendo una terrible confusión y alboroto para turbar la tranquilidad y hacer que la ciudad se rebelase. Al oír su relación, decayeron todos de ánimo, y prorrumpieron en lágrimas y sollozos; pero Catón procuró alentarlos, y a los trescientos les envió a decir tuviesen paciencia hasta su vuelta vinieron a este tiempo los que habían ido a explorar la tropa de caballería, y sus proposiciones no eran tan moderadas como hubiera sido de desear; porque decían que no necesitaban del sueldo de Juba, ni temían a César teniendo por caudillo a Catón; pero que encerrarse con los Uticenses, que al fin eran Fenicios y mudables, les parecía cosa dura: “Pues si ahora están tranquilos- decían-, a la llegada de César se volverán contra nosotros, y nos entregarán traidoramente; así, que quien quiera valerse de nuestras armas y nuestras personas, eche primero fuera a los Uticenses, o acabe con ellos, y entonces llámenos a una ciudad purificada de enemigos y de bárbaros”. Proposiciones bárbaras y feroces parecieron éstas a Catón; mas, sin embargo, respondió templadamente que lo trataría con los trescientos; y volviendo a la ciudad, se fue a ver con éstos, los cuales no anduvieron buscando pretextos y disculpas por respeto a su persona, sino que se le mostraron altaneros, diciendo que, si se pensaba en violentarlos a hacer la guerra a César, ni podían ni querían. Algunos dejaron escapar ciertas expresiones sobre los senadores, y sobre detenerlos en la ciudad hasta la llegada de César; pero en cuanto a esto, hizo Catón como que no lo había oído, porque era un poco sordo; mas como llegase uno y le dijese que los de a caballo se marchaban, temeroso de que los trescientos tomasen alguna cruel determinación con los senadores, se levantó, partió con los que siempre tenía a su lado, y viendo que aquellos efectivamente se habían puesto en marcha, tomó un caballo y fue a alcanzarlos. Vieron con gran placer que se dirigía hacia ellos, le aguardaron, y pidieron que con ellos se salvase; y se dice que en aquella ocasión se vio a Catón derramar lágrimas, rogándoles por los senadores, tendiéndoles las manos, y volviendo por las riendas algunos caballos y cogiéndoles las armas, hasta que recabó que aguardasen por aquel día, para proporcionar a aquellos seguridad en su fuga.

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