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Después del baño cerró con muchos convidados, sentado, como tenía de costumbre después de la batalla de Farsalia porque no se recostaba sino para dormir. Eran del convite todos sus amigos y los magistrados de los Uticenses; la conversación de sobremesa fue, con la bebida, erudita y amena, pasando de unas en otras pláticas sobre asuntos filosóficos, hasta que la disputa vino a recaer sobre las que se llamaban paradojas de los estoicos; tales como esta: “Que sólo el bueno es libre y esclavos todos los malos”. Aquí, como era natural, contradijo el Peripatético, a quien replicó con vehemencia Catón, y aumentando el tono y la presteza de la voz, llevó muy lejos el discurso, entablando una maravillosa contienda: de manera que a nadie le quedó duda de que su ánimo era poner término a la vida y librarse de los males que le rodeaban. Así es que, acabado el discurso, fue grande el silencio y la tristeza en que quedaron todos. Pero observándolo Catón y queriendo desvanecer la sospecha hizo varias preguntas, y mostró cuidado sobre el estado de las cosas, temiendo- decía- por los que viajaban por el mar y por los que caminaban por un desierto falto de agua y habitado de bárbaros.

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