Dicho esto, el joven salió haciendo grandes lamentaciones, y con él los demás, no quedando otros que Demetrio y Apolónides, a los cuales habló ya más templadamente, diciéndoles: “¿Acaso vosotros también os habéis propuesto detener en la vida a un hombre de mi edad, observándole en silencio sentados? ¿O venís con algún discurso para persuadir que no es terrible ni vergonzoso el que, destituido Catón de otro medio de salvación, la espere de su enemigo? ¿Por qué no halláis, demostrándome esta proposición y haciéndome desaprender lo aprendido, para que desechadas las primeras opiniones y doctrinas en que me he criado y hecho más sabio a causa de César, le tenga que estar más agradecido? Hasta ahora nada tengo determinado hacer de mí; pero cuando lo determine, es razón que quede dueño de ejecutar lo que resolviere. En cierta manera voy a deliberar con vosotros pues que me he de valer de las razones con que soléis vosotros filosofar. Idos, pues, confiados, y decid a mi hijo que no violente a su padre en aquello que no puede persuadirle”.