Y al que se ha propuesto tejer una relación o historia, no de hechos comunes y familiares, sino peregrinos y recogidos en gran parte de una lectura varia, en realidad le conviene ante todas cosas una ciudad de fama, de exquisito gusto y muy poblada, para tener copia de toda suerte de libros y poder instruirse y preguntar sobre aquellas cosas que, habiéndose ocultado a la diligencia de los escritores, adquieren más fe conservadas en la memoria y la tradición, para no dar una obra que salga falta de muchas noticias, y menos de las necesarias. Mas yo, que habito en una ciudad corta, en la que tengo formado empeño de permanecer para que no se haga más pequeña, y que mientras estuve en Roma y discurrí por la Italia no tuve tiempo para ejercitarme en la lengua latina, por los negocios políticos y por la concurrencia de los que venían a tratar conmigo de filosofía, tarde ya y siendo muy adelantado en edad, me acerqué a tomar conocimiento de las letras romanas, en lo que me ha sucedido una cosa extraña, pero muy cierta: y es que no tanto he aprendido y conocido las cosas por las palabras cuanto, tomando conocimiento de las cosas, ellas me han conducido a saber las palabras. Y lo que es llegar a percibir la belleza y velocidad de la pronunciación latina, las metáforas de los nombres, la armonía y todo lo demás con lo que se engalana el discurso, téngolo por útil y agradable; pero el estudio y ejercitación en este trabajo, como empresa difícil, sólo es para los que tienen ocio y tiempo que dedicar a tales primores.