Por esta razón, escribiendo en este libro de las Vidas Paralelas las de Demóstenes y Cicerón, de sus hechos y del modo de conducirse en el gobierno, procuraremos colegir cuál era el carácter y disposición de cada uno, omitiendo el hacer cotejo de sus discursos, y manifestar cuál de los dos era más dulce o más primoroso en el decir, porque esto sería, como dijo Ion, la fuerza del delfín en tierra. Por ignorar esta máxima Cecilio, excesivo en todo, se metió sin reflexión a formar juicio entre Cicerón y Demóstenes; pero si a todos les fuera dado tener a la mano el conócete a ti mismo, no hubiera sido ésta tenida por una advertencia divina. Parece, pues, haber sido un mismo genio el que formó a Demóstenes y Cicerón, y acumuló en su naturaleza muchas semejanzas, como la ambición, el amor de la libertad cuando tomaron parte en el gobierno y la cobardía para los peligros y la guerra; con lo que mezcló también muchas cosas de las que son de fortuna; porque no creo que podrán encontrarse otros dos oradores que de oscuros y pequeños hubiesen llegado a ser grandes y poderosos, que hubiesen resistido a reyes y tiranos, que hubiesen perdido sus hijas, hubiesen sido arrojados de su patria y restituidos después con honor; que huyendo después hubieran sido alcanzados por los enemigos, y que en el mismo punto de expirar la libertad de sus conciudadanos hubiesen ellos perdido la vida; como que si a manera del de los artistas pudiera haber certamen entre la naturaleza la fortuna, sería muy difícil discernir si aquella los había hecho más semejantes en las costumbres o ésta en los sucesos. Diremos, pues, primero del que precedió en tiempo.