En otra ocasión, en que no dio gusto, se dice que retirándose apesadumbrado y con la cabeza cubierta le fue siguiendo oportunamente el actor Sátiro, y entró con él en su casa. Quejósele amargamente Demóstenes de que con ser el que más trabajaba de los oradores, y con haber casi arruinado en este ejercicio su constitución, veía que no daba gusto al pueblo; y hombres desarreglados, unos marineros ignorantes, eran escuchados, y de él no se hacía caso; a lo que le contestó Sátiro: “Tienes razón ¡oh Demóstenes!; pero yo remediaré fácilmente la causa, si quieres recitar de memoria alguna escena de Eurípides o Sófocles”. Hízolo así Demóstenes, y repitiendo Sátiro la misma escena, de tal manera la adornó, pronunciándola con la acción y postura conveniente del cuerpo, que a Demóstenes le pareció ya enteramente otra. Viendo entonces cuánta es la gracia y belleza que la acción concilia a lo que se dice, se convenció de que el esmero en la composición es nada para quien se descuida de la pronunciación y acción conveniente. En consecuencia de esto hizo construir un estudio subterráneo, que aun se conserva, y bajando a él se ejercitaba en formar y variar tanto la acción como el tono de la voz; muchas veces pasó allí dos y tres meses continuos, no afeitándose mas que un solo lado de la cabeza para no poder salir, aunque quisiera, detenido de la vergüenza.