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No sólo esto, sino que de las salutaciones, de las conversaciones y de los negocios que le ocurrían fuera tomaba ocasión y argumento para aquella clase de ejercicio. Así, luego que habían pasado, bajaba a su estudio y exponía los hechos, y enseguida las defensas que podían tener. Además de esto, si había oído un discurso, procuraba retenerlo, ponía por orden los pensamientos y los períodos, y se entretenía en corregir y variar de mil maneras, así lo que otros le habían dicho como lo que él mismo había dicho a otros. De donde nació la opinión de que no era naturalmente elocuente, sino que su habilidad y su fuerza se debían al trabajo; de lo cual parece que es también una convincente prueba el no haber oído nunca nadie a Demóstenes hablar extemporáneamente; y antes sucedió que estando sentado en las juntas, y siendo llamado del pueblo muchas veces por su nombre, no se presentó nunca si de antemano no estaba dispuesto y prevenido para hablar. Zaheríanle sobre esto muchos otros demagogos, y Piteas, satirizándole, le dijo que las pruebas de sus discursos olían mucho a la lámpara; mas a éste le volvió Demóstenes la burla con acrimonia diciéndole: “Pues a fe que la lámpara no sabe de mí y de ti las mismas cosas.” Con los demás no lo negaba, sino que reconocía francamente que no siempre decía lo que había escrito; pero sin escribir no hablaba nunca, porque decía que el estudiar para hablar en público acreditaba al hombre de popular, por ser esta preparación un principio de obsequio al pueblo, y que el no pensar cómo sentaría a la muchedumbre lo que se dijese, era de hombres oligárquicos que más atendían a la fuerza que a la persuasión. Dan también por prueba de su timidez para hablar de repente que Demades, viéndole turbado y aturdido muchas veces, se levantó y tomó la palabra para defender la misma causa; y él nunca hizo otro tanto con Demades.

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