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Cuando aún se hallaba en este destierro que hemos dicho, murió Alejandro y se trató de sublevar de nuevo a los Griegos, mostrándose Leóstenes hombre esforzado, y encerrando a Antípatro en Lamia, ante la que corrió un muro; pero Piteas el orador y Calimedonte de Cárabis, huyendo de Atenas, abrazaron el partido de Antípatro, y corriendo las ciudades con los amigos y embajadores de éste, impedían a los Griegos el rebelarse y dejarse seducir por los Atenienses. Demóstenes, incorporándose por sí mismo con los embajadores de Atenas, se esforzaba y trabajaba con ellos para que las ciudades se arrojaran sobre los Macedonios y los echaran de la Grecia; y en Arcadia dice Filarco que riñeron y se denostaron Piteas y Demóstenes, hablando en la junta pública el uno por los Macedonios y el otro por los Griegos. Cuéntase haber dicho en esta ocasión Piteas que así como cuando vemos que se lleva leche de burra a una casa al instante pensamos que precisamente hay alguna enfermedad, del mismo modo no puede menos de estar doliente una ciudad adonde llega una embajada de los Atenienses; y que Demóstenes convirtió la comparación, diciendo que la leche de burra se da para la salud, y también los Atenienses buscan con sus Embajadas salvar a los enfermos, lo que fue tan del gusto del pueblo de Atenas, que decretó la vuelta de Demóstenes. Escribió el decreto Damón Peaniense, sobrino de Demóstenes, y se le envió una galera a Egina. Desembarcó en el Pireo, y no quedó ni arconte, ni sacerdote, ni nadie que no saliese a recibirle, sino que acudieron todos, y les dieron las mayores muestras de aprecio, diciendo Demetrio de Magnesia, que entonces tendió al cielo las manos y se dio el parabién de aquel dichoso día, por cuanto su vuelta era más lisonjera que la de Alcibíades, recibiéndole los ciudadanos por movimiento propio, y no violentados de él. Tenía, sin embargo, sobre sí la pena pecuniaria, porque no había facultad para remitir una condenación; y lo que hicieron fue eludir la ley, pues siendo costumbre en el sacrificio de Zeus Salvador dar una cantidad a los que componían y adornaban el altar, le dieron este encargo a Demóstenes, graduándole por él cincuenta talentos, que era el importe de la multa.

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