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En cuanto a Demóstenes, sabedor Arquias de que se hallaba en la isla de Calauria, refugiado en el templo de Posidón, se embarcó en un transporte con algunos Tracios de los de la guardia, y llegado allá le persuadía a que saliera del asilo y se fuera con él a la presencia de Antípatro, de quien no tenía que temer ningún duro tratamiento. Hacía la casualidad que Demóstenes había tenido entre sueños aquella misma noche una visión extraña, porque le parecía que estaba compitiendo con Arquias en la representación de una tragedia, y que, sin embargo de hacerlo bien y haber ganado el auditorio, por falta del aparato y coro convenientes, era vencido. Hablábale Arquias con la mayor humanidad, y él, volviéndose a mirarlo sentado como estaba: “Ni antes ¡oh Arquias!- le dijo- me moviste con la representación, ni ahora tampoco me moverás con las promesas”. Y como irritado Arquias empezase a hacerle amenazas, “Ahora hablas- le repuso- desde el trípode macedónico; lo de antes era representado; aguardarás un poco mientras escribo algunas letras a los de casa”. Dicho esto, se entró más adentro, y tomando un cuadernito como si fuera a escribir, se llevó a la boca la caña y la mordió, según lo tenía de costumbre mientras pensaba y escribía; estuvo así algún tiempo, y cubriéndose después la cabeza la reclinó. Con este motivo los guardias que estaban a la puerta se burlaban de él, creyendo que tenía miedo, y le trataban de afeminado y cobarde; pero Arquias, llegándose a él, le instaba a que se levantase, y le repetía las mismas expresiones de antes, queriendo hacerle entender que podía tenerse por reconciliado con Antípatro. Conociendo ya entonces Demóstenes que el veneno había penetrado bien dentro y hacía su efecto, se descubrió, y fijando la vista en Arquias, “Ya podrás apresurarte- le dijo- a representar el papel que hace Creonte en la tragedia, arrojando este cuerpo insepulto; yo- continuó- ¡oh venerable Posidón! salgo todavía con vida de tu templo; pero de Antípatro y los Macedonios ni siquiera éste ha quedado puro y sin ser atropellado”. Y al decir estas palabras pidió que le sostuvieran, convulso ya y sin poder tenerse; tanto, que al mover el pie para pasar del ara, cayó en el suelo y, lanzando un sollozo, espiró.

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