A la mañana siguiente congregó el Senado en el templo de la Concordia, donde se leyeron las cartas y se examinó a los denunciadores; a lo que añadió Junio Silano que había quien oyó de boca de Cetego que habían de morir tres cónsules y cuatro pretores, refiriendo esto mismo y otras particularidades Pisón, varón consular. Envióse asimismo a la casa de Cetego a Gayo Sulpicio, uno de los pretores, y encontró en ella muchos dardos y armas de toda especie, y muchas espadas y sables, todos recién afilados. Finalmente, habiendo decretado el Senado la impunidad al Crotoniata si declaraba, denunciado y convencido Léntulo, renunció la magistratura, porque se hallaba de pretor, y despojándose en el Senado mismo de la toga pretexta, tomó el vestido conveniente a su situación. Así éste como los que estaban con él fueron entregados a los pretores para que sin prisiones los tuvieran en custodia. Era la hora de ponerse el sol, y estando en expectación numeroso pueblo, salió Cicerón, y dando cuenta a los ciudadanos de lo ocurrido, acompañado de gran gentío, se entró en la casa de un vecino y amigo, porque la suya la ocupaban las mujeres, celebrando con orgías y ritos arcanos a la diosa que los Romanos llaman Bona y los griegos Muliebre. Sacrifícasele cada año en la casa del cónsul por su mujer o su madre con asistencia de las vírgenes vestales. Entrando, pues, Cicerón en la casa acompañado solamente de unos cuantos, se puso a pensar qué haría de aquellos hombres, porque la pena última correspondiente a tan graves crímenes se le resistía, y no se determinaba a imponerla por la bondad de su carácter, y también porque no pareciese que se dejaba arrebatar demasiado de su poder y usaba de sumo rigor con unos hombres de las primeras familias y que tenían en la ciudad amigos poderosos. Mas, por otra parte, si los trataba con blandura temía el peligro que de ellos le amenazaba, pues que no se darían por contentos si les imponía alguna pena, aunque no fuera la de muerte, sino que se arrojarían a todo, reforzada su perversidad antigua con el nuevo encono, y además él mismo se acreditaría de cobarde y flojo, cuando ya no tenía opinión de muy resuelto.