Partió, pues, con el Senado en busca de los detenidos, que no estaban en una misma parte todos, sino que de los pretores uno custodiaba a uno y otro a otro. Léntulo fue el primero a quien trajeron del Palacio por la Vía Sacra y por medio de la plaza, cercado y custodiado por los primeros ciudadanos, estando el pueblo asombrado de lo que, veía y presenciándolo en silencio; los jóvenes principalmente, como si se les iniciara en los misterios patrios de la potestad aristocrática, lo estaban mirando con miedo y con terror. Luego que hubieron pasado de la plaza y llegado a la cárcel, hizo entrega Cicerón de Léntulo al carcelero, y le mandó darle muerte; enseguida de éste a Cetego, y del mismo modo, trayendo a los demás, se les quitó la vida. Observando que todavía se hallaban reunidos en la plaza muchos de los conjurados, ignorantes de lo que pasaba, y esperando la noche para extraer a los detenidos, que todavía creían vivos y con bastante poder, les dirigió la palabra en voz alta, diciéndoles: “Vivieron”; porque los Romanos, para no usar de una voz que tienen a mal agüero, significan de este modo el haber muerto. Declinaba ya la tarde, y por la plaza subió a su casa, acompañándole los ciudadanos, no ya en silencio ni guardando orden, sino recibiéndole con voces y señales de aplauso los que se hallaban al paso y dándole los nombres de salvador y fundador de la patria. Ilumináronse las calles, y los que estaban en las puertas sacaban faroles y antorchas. Las mujeres desde lo alto se mostraban por respeto y por deseo de ver al cónsul, que subía con el brillante acompañamiento de los principales ciudadanos, muchos de los cuales, habiendo acabado peligrosas guerras, entrado en triunfo y ganado para la república gran parte de la tierra y del mar, iban confesando de unos a otros que a muchos de sus generales y caudillos era deudor el pueblo romano de riqueza, de despojos y de poder, pero de seguridad y salvación sólo a Cicerón, que lo había sacado de tan grave peligro; no estando lo maravilloso en haber atajado tan criminales proyectos, sino en haber apagado la mayor conjuración que jamás hubiese habido con tan poca sangre y sin alboroto ni tumulto. Porque la mayor parte de los que habían ido a reunirse con Catilina, apenas supieron lo ocurrido con Léntulo y Cetego lo abandonaron y huyeron, y combatiendo contra Antonio con los que le habían quedado, él y el ejército fueron deshechos.