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A pesar de esto, cuando Craso partió para la Siria, queriendo más tener a Cicerón por amigo que por enemigo, le habló con afecto, y le manifestó deseo de cenar un día con él, en lo que Cicerón significó tener mucho placer. De allí a pocos días le hablaron algunos amigos acerca de Vatinio, insinuándole que deseaba ponerse bien con él y entrar en su amistad, porque era enemigo; a lo que les contestó: “Pues ¡qué! ¿quiere también Vatinio venir a cenar a mi casa?” Esta era la disposición de su ánimo respecto de Craso. Tenía Vatinio lamparones en el cuello, y como hablase en una causa, le llamó orador hinchado. Oyó que había muerto, y sabiendo después de cierto que vivía, “Mala muerte le de Dios- dijo- al que tan mal ha mentido”. Había decretado César repartir tierras de la Campania a los soldados, lo que era en el Senado muy desagradable a muchos; y Lucio Gelio, ya muy anciano, exclamó que eso no sería viviendo él; a lo que dijo Cicerón: “Esperemos, pues, porque el término que pide Gelio no puede ir largo”. Había un tal Octavio, de quien se susurraba que era de África, y hablando Cicerón en causa contra él, como dijese que no le oía, “Pues a fe- le replicó- que tienes agujereadas las orejas”. Diciéndole Metelo Nepote que más eran los que había perdido dando testimonio contra ellos que los que había salvado con sus defensas, “Confieso- le contestó- que en mí hay más crédito y fe que elocuencia”. Era infamado cierto joven de haber dado veneno a su padre en un pastel, y como se jactase de que había de llenar a Cicerón de desvergüenzas, “Más quiero eso de ti- respondió- que tus pasteles”. Tomóle Plubio Sextio con otros por defensor en una causa, y como él se lo quisiese hablar todo, sin dar lugar a nadie viendo que iba a ser absuelto, porque ya se había empezado a votar, “Aprovéchate hoy del tiempo- le dijo- ¡oh Sextio!, porque mañana ya serás un particular”. Había un Publio Cota que quería pasar por jurisconsulto siendo necio y sin talento; llamóle por testigo para una causa, y como respondiese que nada sabia, “¿Crees acaso- le dijo- que se te pregunta de leyes?” En una disputa con Metelo Nepote le preguntó éste muchas veces: “¿Quién es tu padre, Cicerón?” Y él, por fin, le dijo: “Esta respuesta te la ha hecho a ti más dificultosa tu madre”; porque parecía haber sido un poco desenvuelta la madre de Nepote, así como él era inconstante, pues renunciando repentinamente el tribunado de la plebe, hizo viaje por mar en busca de Pompeyo, y después se volvió de un modo más extraño todavía. Hizo con magnificencia el entierro de su preceptor Filagro, y puso sobre su sepulcro un cuervo de piedra, sobre lo que le dijo Cicerón que había andado muy cuerdo, pues más le había enseñado a volar que a decir. Marco Apio dijo en el exordio de una causa que su amigo le había pedido que pusiera en ella cuidado, facundia y fe, a lo que le dijo Cicerón: “¿Y eres un hombre tan de corazón de hierro que no has de haber hecho nada de lo que te ha pedido tu amigo?”.

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