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Cicerón era amigo suyo, y en las diligencias relativas a la conjuración de Catilina se había hallado éste a su lado y le había prestado auxilio; pero haciendo consistir toda su defensa contra la acusación de aquel crimen en no haberse hallado en Roma al tiempo en que se decía cometido, sino ocupado fuera de la ciudad en unas posesiones distantes, dio Cicerón testimonio contra él, diciendo que había estado a buscarle en su casa y le había hablado de ciertos negocios, como era la verdad. Mas con todo no parecía que había declarado en esta forma precisamente por amor a la verdad, sino por ponerse en buen lugar con su mujer Terencia, a causa de que miraba ésta en aversión a Clodio por Clodia, su hermana, de la que se decía aspiraba a casarse con Cicerón, dando pasos para ello por medio de un cierto Tulo, que era de los amigos más estimados de Cicerón; y yendo continuamente a casa de Clodia, y obsequiándole ésta, como no viviese lejos, dio a Terencia motivos de sospecha, y siendo ésta de genio fuerte y dominando a Cicerón, lo preciso a ponerse en oposición con Clodio y a atestiguar contra él. Declararon además contra Clodio muchos de los primeros y mejores ciudadanos, deponiendo de sus perjurios, de sus suplantaciones de testamentos, de sus sobornos y de sus adulterios. Luculo produjo unas esclavas como testigos de que Clodio había tenido trato inhonesto con la más joven de sus hermanas mientras estaba enlazada con el mismo Luculo, y corría muy valida la opinión de que le tenía con las otras dos hermanas, de las cuales Terencia estaba casada con Marcio Rex, y Clodia con Metelo Céler. Dábanle a ésta el sobrenombre de Cuadrantaria, porque uno de sus amantes, habiendo puesto en un bolsillo unas piezas de bronce, se las envió queriendo hacerlas pasar por plata; y a la moneda más pequeña de bronce la llamaban cuadrante; y por esta hermana era por la que más se hablaba de Clodio. Mas, a pesar de todo esto, el pueblo se puso entonces de parte de Clodio y contra los testigos y acusadores; por lo cual, entrando en temor los jueces, pusieron guardias, y la mayor parte echaron las tablas con las letras borradas y confusas. Sin embargo, apreció que eran más los que absolvían; y se dijo también que había intervenido soborno; así es que Cátulo, acercándose a los jueves, “Vosotros- les dijo- con verdad habéis pedido la guardia para vuestra seguridad, no fuera que alguno os quitara el dinero”. Cicerón, diciéndole Clodio que su testimonio no había merecido fe a los jueces, “Antes- le respondió- a mí me han creído veinticinco de ellos, porque éstos han sido los que te han condenado; y a ti no te han creído treinta, porque no te han absuelto hasta que han recibido el dinero”. César, llamado como testigo, no declaró contra Clodio ni dijo que su mujer fuese culpada de adulterio, sino que la había repudiado porque el matrimonio de César debía estar puro, no sólo de la menor acción fea, sino hasta de las sospechas.

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