Hízosele del número de aquellos sacerdotes que los romanos llaman augures en lugar de Craso el joven, después de haber éste fallecido a manos de los Partos. Tocándole después por suerte en la distribución de las provincias la Cilicia, con un ejército de doce mil infantes y dos mil y seiscientos caballos, se embarcó para pasar a ella, llevando también el encargo de reducir la Capadocia a la sumisión y obediencia del rey Ariobarzanes. Compuso y arregló estos negocios a satisfacción de todos, sin necesidad de recurrir a las armas, y viendo a los de Cilicia inquietos y desasosegados con el descalabro experimentado por los romanos en la guerra de los Partos y con las novedades de la Siria, los trajo al orden con usar de blandura en su mando. No recibió dones algunos aún de los mismos reyes, y quitó aquellos convites que eran de estilo en las provincias. A los que le honraban y favorecían los obsequiaba teniéndolos a su mesa y dándoles de comer, no con lujo, pero tampoco con escasez y mezquindad. Su casa no tenía portero, ni nadie le vio tampoco sentado, sino que desde muy temprano, en pie o paseándose delante de su cuarto, recibía a los que iban a visitarle. Dícese que no castigó a ninguno ignominiosamente con las varas, ni le rasgó la ropa, ni por enfado le dijo una mala palabra o le impuso multa que pudiera injuriarle. Encontró que gran parte de los caudales públicos habían sido usurpados, y poniendo en ellos orden, hizo que las ciudades floreciesen, sin que por eso los que tenían que pagar fuesen vejados ni molestados, ni dejasen de conservar su estimación. También tuvo que hacer la guerra, derrotando unos aduares de ladrones que tenían sus guaridas en el Monte Amano, con cuyo motivo fue de los soldados saludado emperador. Pidióle a esta sazón el orador Celio que le enviara leopardos de Cilicia para cierto espectáculo; y él, aludiendo con alguna jactancia a los hechos de esta guerra, le escribió que ya no quedaba ninguno en la Cilicia, porque habían huido a la Caria incomodados de que a ellos solos se les hiciera la guerra cuando todo lo demás estaba en paz. Al retirarse de la provincia pasó algún tiempo en Rodas, y también con gran placer se detuvo en Atenas por el deseo de sus antiguos estudios. Trató, pues, a los hombres más célebres, de aquel tiempo por su sabiduría, saludó a sus amigos y conocidos y, admirado de la Grecia, según su sobresaliente mérito, volvió a Roma a tiempo que las agitaciones de la república, como tumor próximo a reventar, estaban a punto de romper en la guerra civil.