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Esto dio osadía a Antonio, y si a todos infundió temor, pareciéndoles que usurparía una autoridad monárquica, mucho mayor se le causó a Cicerón: porque viendo que el poder de éste en la república había adquirido fuerza, y sabiendo que era del partido de Bruto, abiertamente se mostraba incomodado con su presencia, además de que siempre estaban recelosos el uno del otro por la desemejanza de su conducta y por sus antiguas disensiones. Temeroso, pues, Cicerón, intentó primero pasar delegado con Dolabela a la Siria; pero habiéndole rogado los que después de Antonio iban a ser cónsules, Hircio y Pansa, varones de probidad y amantes de Cicerón, que no los abandonase, pues le ofrecían oprimir a Antonio si él se quedaba, no creyéndolos del todo, ni tampoco dejándolos de creer, no hizo ya cuenta de Dolabela, y diciendo a Hircio que se iba a pasar el estío en Atenas y que cuando hubiesen entrado en su cargo volvería, sin más autorización se dispuso para aquel viaje. Hubo detenciones en la navegación, y llegando desde Roma nuevos rumores cada día a medida de su deseo: que en Antonio se notaba grande mudanza, que todo lo hacía y disponía por medio del Senado y que no faltaba otra cosa que su presencia para que los negocios se pusieran en el mejor orden, reprendiéndose a sí mismo de sus recelos y temores, regresó otra vez a Roma, y lo que es por lo pronto no le salieron vanas sus esperanzas, porque fue tanto el gentío que con el gozo y deseo salió a recibirle, que casi se consumió todo el día a la puerta en abrazos y salutaciones. Mas al día siguiente, congregando Antonio el Senado y pasándole aviso no concurrió, sino que se quedó en cama, excusándose con que estaba fatigado del viaje; pero, a lo que parece, lo que verdaderamente lo detenía era el temor de alguna asechanza, por cierta indicación y sospecha que se le había dado en el camino. Antonio se mostró muy ofendido de esta calumnia, e iba a enviar soldados con orden de que lo trajeran o le quemaran la casa; pero instándole y rogándole muchos, se convino en que sólo se le tomaran prendas. De allí en adelante se pasaban de largo cuando se encontraban, sin decirse nada el uno al otro, y estaban en mutuas sospechas; hasta que, habiendo llegado de Apolonia César el joven, admitió la herencia del otro César, y por dos mil quinientas miriadas que Antonio tenía en su poder de los bienes de éste, se indispuso con él.

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