En consecuencia de esto, Filipo, que estaba casado con la madre del nuevo César, y Marcelo con la hermana, habiéndose dirigido con aquel joven a Cicerón, se convinieron en que se prestarían mutuamente, Cicerón a éste en el Senado y ante el pueblo el poder que nace de la elocuencia y la política, y éste a Cicerón la seguridad que dan las riquezas y las armas: pues ya tenía aquel joven a sus órdenes no pocos de los que habían hecho la guerra con César, además de que se tiene por cierto haber entrado Cicerón con un vivo deseo en la amistad de César. Porque, según parece, en vida todavía de Pompeyo y Julio César se le figuró en sueños a Cicerón que llamaba al Capitolio a algunos hijos de los senadores, con el objeto de que Júpiter designara a uno de ellos por caudillo de Roma, que los ciudadanos estaban en grande expectación alrededor del templo y aquellos niños en toga pretexta sentados a la puerta. Abrióse ésta repentinamente, y los niños se fueron levantando de uno en uno y dieron la vuelta alrededor de la estatua del dios, que los estuvo mirando atentamente y los despidió descontentos; mas luego que éste se le acercó, alargó la diestra y dijo: “Romanos, éste dará fin a la guerra civil siendo vuestro caudillo”. Habiendo, pues, tenido Cicerón este ensueño, se dice que retuvo y conservó viva la imagen del niño, aunque no sabía quién era; pero habiendo bajado al día siguiente al campo de Marte cuando los jóvenes volvían de ejercitarse, éste fue el primero que vio cual en el sueño se había ofrecido a su imaginación, y admirado le preguntó quiénes eran sus padres. Era su padre Octavio, uno de los más ilustres, y su madre Acia, sobrina de César; por lo que no teniendo éste hijos, le dejó por su testamento su hacienda y su casa. Desde entonces dicen que Cicerón veía con gusto a este niño y le mostraba afecto, y él correspondía a sus demostraciones, porque hacía también la casualidad que había nacido el año en que Cicerón fue cónsul.