Hecho este anuncio, los más arrojaron a los pies los escudos, y empezando a aplaudir y clamar decían que Demetrio bajase a tierra, apellidándole su salvador y bienhechor. Falereo y los suyos eran todos de sentir que debía recibirse al vencedor, aun cuando nada cumpliera de lo que prometía, y al punto le enviaron mensajeros que intercediesen por su suerte. Recibiólos Demetrio con la mayor humanidad, y envió con ellos de su parte a Aristodemo de Mileto, vino de los amigos de su padre. El temor de Falereo más era de los Atenienses por la mudanza de gobierno que de los enemigos, y a esto ocurrió también Demetrio por consideración a la gloria y valor de Falereo, haciéndole acompañar con seguridad hasta Tebas, como lo deseaba; y por lo que hace a él mismo, dijo que no vería la ciudad, a pesar del ansia que por ello tenía, hasta que del todo quedara libre, despedida la guarnición. Corrió, pues, por entonces un muro y un foso por delante de Muniquia, e hizo vela para Mégara, guarnecida por Casandro. Tuvo allí noticia de que Cratesípolis, mujer de Alejandro, el hijo de Polisperconte, que residía en Patras, mujer celebrada por su belleza, tendría placer en verse en sus brazos, y dejando el ejército en las tierras de Mégara, marchó allá llevando consigo unos cuantos de los más esforzados, de los cuales aún se apartó después, poniendo separado su pabellón para que no notaran que aquella mujer iba en su busca. Llegáronlo a entender algunos de los enemigos, que sin detenerse corrieron a donde estaba, y teniéndoles miedo, disfrazado con una ropa vil pudo escaparse a carrera, habiendo estado en muy poco el que no cayese en una vergonzosa cautividad. Los enemigos aun cogieron la tienda y cuanto en ella había, y se retiraron. Tomó a Mégara, y como los soldados se inclinasen al saqueo, intercedieron los Atenienses por aquellos ciudadanos, con lo que Demetrio, expulsando la guarnición, dio también a aquel pueblo la libertad. Cuando en esto estaba entendiendo, se acordó del filósofo Estilpón, de quien se decía haber preferido a la acción una vida sosegada y tranquila. Enviándole, pues, a llamar, le preguntó si alguno le había quitado algo, a lo que Estilpón respondió: “Ninguno, porque no he visto a ninguno que se llevara la ciencia.” Habían robado a los Megarenses puede decirse que todos los esclavos, y haciéndole en otra ocasión caricias Demetrio, le dijo al despedirse: “Os dejo ¡oh Estilpón! libre la ciudad”: a lo que él contestó: “Dices muy bien, porque no nos has dejado ningún esclavo.”