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Habiendo vuelto contra Muniquia, puso ante ella su campamento, destrozó la guarnición y demolió el fuerte; con esto, llamándole y haciéndole un gran recibimiento los Atenienses, entró ya en la ciudad, y congregando el pueblo dijo que les restituía su antiguo gobierno, ofreciéndoles en nombre de su padre que se les enviarían ciento cincuenta mil fanegas de trigo y toda la madera de construcción necesaria para cien galeras. Recobraron los Atenienses la democracia al cabo de quince años, habiendo sido entre tanto su gobierno, desde los sucesos de Lamia y la batalla de Cranón, oligárquico en el nombre, pero en realidad monárquico por el poder de Falereo; y habiendo sido Demetrio un bienhechor grande y magnífico, ellos lo hicieron molesto y odioso con los desmedidos honores que le decretaron. Porque, en primer lugar, dieron el nombre de reyes a Demetrio y Antígono, nombre que hasta entonces habían repugnado, siendo de las insignias reales lo único que reservaban para los sucesores de Alejandro y Filipo, sin permitirlo ni comunicarlo a ningún otro. A ellos solos los llamaron dioses salvadores, y haciendo que cesara el Arconte patrio, que daba nombre al año, crearon anualmente un sacerdote de los salvadores, y el nombre de éste era el que había de servir para fijar la data de todos los decretos y escrituras. Decretaron que en el gran peplo o velo se tejieran sus retratos con los de los dioses, y consagrando el lugar donde primero echó pie a tierra, erigieron un altar que había de llamarse de Demetrio Catébata. Añadieron a las tribus otras dos, la Demetríade y la Antigónide, y el consejo, que antes era de quinientos, lo hicieron de seiscientos, por cuanto cada tribu daba cincuenta.

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