El que más salió de tino en estas invenciones fue Estrátocles: porque a él deben principalmente atribuirse tan exquisitos y excesivos modos de adular. Propuso que los que fuesen enviados por la república en virtud de decreto a Antígono y Demetrio, en lugar de llamarse embajadores, se llamaran Teoros, como los que por las ciudades conducen las víctimas a Delfos y Olimpia en las fiestas de la Grecia. Era en todo insolente este Estrátocles, teniendo una vida disipada, e imitando en su desvergüenza e impudencia la falta de respeto al pueblo del antiguo Cleón. Había tomado una amiga llamada Filacio, y habiéndole ésta comprado un día en la plaza sesos y cuellos, “¡Calla- le dijo-, me has comprado para comer aquellas cosas con que nosotros los que gobernamos al pueblo jugamos a la pelota!” Cuando los Atenienses sufrieron aquella derrota en el combate naval de Amorgo, adelantándose a los que traían la noticia, pasó coronado por el Ceramico, y anunciando que habían vencido propuso que se hiciera el sacrificio acostumbrado por la buena nueva, y distribución de carnes por tribus. A poco llegaron los que volvían con el resto de las naves que quedó de la batalla, e increpándole el pueblo con enfado, calmó con la mayor insolencia el tumulto, diciendo: “¿Y qué ha habido de malo en que hayáis tenido dos días alegres?” ¡Tal era la desvergüenza de Estrátocles!