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Mas no se acobardó Demetrio, sino que, diciendo que, aunque en otras diez mil batallas fuese vencido, no sufriría el que Seleuco comprara de él por precio el ser su yerno, aseguró con guarniciones aquellas ciudades, y, con noticia que tuvo de que estando alterada Atenas trataba Lácares de tiranizarla, se prometió que con aparecerse tomaría fácilmente la ciudad. Lo que es la travesía la hizo en toda seguridad con una grande armada; pero al costear el Ática sufrió una fuerte tormenta, en la que perdió la mayor parte de las naves, y tuvo un no pequeño número de muertos. Habiendo él salido a salvo, aún hizo alguna guerra a los Atenienses, pero viendo que nada adelantaba, envió comisionados que juntaran nueva escuadra, y pasando al Peloponeso puso sitio a Mesena, donde combatiendo los muros estuvo en grande peligro por haber sido herido de un dardo lanzado con catapulta, que le lastimó la cara y la boca, pasándole la mejilla. Luego que se hubo recobrado, y que redujo a su obediencia algunas ciudades sublevadas, volvió de nuevo a invadir el Ática. Apoderóse de Eleusis y Ramnunte, taló el país, y habiendo apresado una nave con trigo que se dirigía a proveer a los Atenienses, ahorcó al comerciante y al piloto; de manera que, ahuyentados de miedo todos los demás, se padeció en la ciudad una terrible hambre, y con ella una absoluta escasez de todos los demás objetos. Así, la fanega de sal les costaba treinta dracmas, y un modio de trigo, trescientas. Proporcionaron algún respiro a los Atenienses ciento cincuenta naves que se aparecieron por la parte de Egina, enviadas en su socorro por Tolomeo; pero habiéndole llegado a Demetrio muchas del Peloponeso y de Chipre, hasta componer trescientas entre todas, levaron anclas las de Tolomeo y huyeron, y el tirano Lácares dio también a huir, abandonando la ciudad.

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