Los Atenienses, aunque habían impuesto pena de muerte al que hablara de paz o de reconciliación con Demetrio, al punto le abrieron las puertas que estaban inmediatas, y le enviaron embajadores, no con esperanza de alcanzar de él nada favorable, sino estrechados del hambre, en la que sucedieron cosas muy lastimosas, contándose entre otras la siguiente: Estaban retirados en una habitación desesperados de todo socorro padre e hijo, y habiendo caído del techo un ratón muerto, luego que le vieron corrieron los dos a cogerlo y se lo disputaron a golpes. Refiérese también que el filósofo Epicuro mantuvo en aquella ocasión a sus discípulos repartiendo con ellos cierta porción de habas por cuenta. Siendo ésta la situación de la ciudad, entró en ella Demetrio, y dando orden de que se juntaran todos en el teatro, guarneció con hombres armados la escena, cercó de lanceros el lugar de la representación, y bajando, como los actores trágicos, de los corredores altos, fue todavía mayor el susto de los Atenienses: pero con el principio de su discurso tuvo fin el miedo de éstos; porque quitando del tono de la voz y de las expresiones toda acrimonia, se quejó de ellos blanda y amistosamente, y se dio por desenojado, haciéndoles entregar cien mil fanegas de trigo y restableciendo los magistrados que les eran más agradables. Observó el orador Dromoclides que el pueblo con el gozo prorrumpía en diferentes aclamaciones, tratando de sobrepujar las alabanzas que los demagogos pronunciaban desde la tribuna, y propuso ley para que al rey Demetrio se le entregara el Pireo y Muniquia. Decretóse así, pero Demetrio puso por sí mismo guarnición en el Museo, no fuera que, sacudiendo otra vez el freno el pueblo, le diera causa a iguales detenciones.