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Muerto Casandro, su hijo mayor, llamado Filipo, falleció asimismo, habiendo sido muy poco el tiempo que reinó, sobre los Macedonios, y los otros dos se pusieron entre sí en discordia y en abierta disensión. Uno de éstos, Antípatro, dio muerte a Tesalonica, su madre, por lo que el otro, Alejandro, llamó en su auxilio del Epiro a Pirro y del Peloponeso a Demetrio. Adelantóse Pirro, y tomándose una gran parte de la Macedonia como premio del socorro, era ya un vecino temible para Alejandro. Demetrio, luego que recibió la carta, se había puesto en movimiento con su ejército, y como aquel joven temiese todavía más a éste por su grande dignidad y fama, le salió al encuentro en Dío y lo saludó y recibió con las mayores muestras de aprecio; pero ya nada le dijo sobre tener necesidad de su presencia. Levantáronse, pues, sospechas de uno a otro, y yendo Demetrio a un banquete para el que aquel joven le había convidado, hubo quien le advirtió en el camino de que se le armaban asechanzas, teniendo dispuesto darle muerte entre los brindis. Nada se inmutó con esta denuncia, y sólo se detuvo un poco para dar orden a sus caudillos de que la tropa, estuviese sobre las armas, y mandó a los criados y demás personas de su comitiva, que eran muchos más que los de Alejandro, que entraran al comedor y permanecieran allí hasta que se levantase de la mesa. Temieron con esto los que Alejandro tenía prevenidos, y no se atrevieron a poner por obra su designio. Demetrio, excusándose con que no se sentía bien dispuesto para beber, se retiró cuanto antes, y al día siguiente ordenó la partida, diciendo que le habían ocurrido nuevos negocios, y que Alejandro le disculpara de que se retirase tan pronto, pues se detendría más con él en otra ocasión en que estuviese desocupado. Alegróse, pues, Alejandro, creyendo que aquella retirada no nacía de enemistad, sino que era voluntaria, y le acompañó hasta la Tesalia. Llegados a Larisa, volvieron a hacerse mutuos convites, con intención uno y otro de armarse celadas; y cabalmente esto fue lo que más contribuyó a que Alejandro se pusiera en manos de Demetrio; porque rehusando tener guardias, para no enseñar a éste a precaverse, sufrió con antelación lo mismo que pensaba ejecutar, que era no dar lugar a que Demetrio se le huyese. Convidado, pues, por éste, pasó a su hospedaje, y habiéndose levantado Demetrio en medio de la cena, como concibiese temor Alejandro, se levantó también, y a su mismo paso lo siguió hasta la puerta. Incorporado en ella Demetrio con sus guardias, no les dijo sino estas solas palabras: “Acabad con el que me sigue”, y saliéndose a la parte afuera, dieron éstos muerte a Alejandro y a aquellos de sus amigos que acudieron en su socorro, refiriéndose haber dicho uno de ellos cuando le herían que un solo día se les había anticipado Demetrio.

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