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Ni sólo con este aparato disgustaba a unos hombres que no estaban hechos a él, sino que los incomodaba además con su lujo y con toda su conducta, y principalmente con no dejarse ver ni hablar; porque, o absolutamente no había tiempo para que diera audiencia, o si la daba era desabrido y usaba de malos modos con los que se le acercaban. De los Atenienses, a los que distinguía entre los demás griegos, detuvo dos años una embajada: y habiendo llegado de Lacedemonia un embajador, se inquietó sobremanera, pareciéndole que aquello era desprecio; pero el embajador se condujo con gracia y propiamente a la espartana; porque diciéndole Demetrio: “¿Qué quieres? ¿Conque los Lacedemonios no dependían más que un embajador?” “Cierto, ¡oh rey!- le respondió-, porque es a uno solo”. Pareció que un día se presentaba más popular y recibía sin ceño, por lo que acudieron algunos y le entregaron memoriales. Como los recibiese todos y los recogiese en el manto, se alegraron los interesados e iban siguiéndole; pero cuando llegó al puente del Axio, sacudió el manto y los arrojó a todos al río. Esto mortificó con extremo a los Macedonios, pareciéndoles que aquello más era escarnecerlos que reinar, mayormente acordándose ellos mismos, o habiendo oído a los que se acordaban de cuánta era en este punto la bondad y afabilidad de Filipo. Sucedióle una vez que una pobre anciana le salió al encuentro y le rogó e instó varias veces que la oyese; respondióle que no estaba de vagar, y, como ella le dijese en voz alta: “Pues no reines”, le hizo esto tanta impresión que, parándose a meditar sobre ello, se volvió a casa, y dando de mano a todos los demás negocios, se dedicó, empezando por aquella anciana a dar audiencia a cuantos quisieron muchos días seguidos, pues nada es tan propio de un rey como el cuidar de la administración de justicia. Porque Ares es tirano, como decía Timoteo; la ley, reina de todos, según expresión de Píndaro, y a los reyes no les da Zeus en depósito, dice Homero, máquinas de guerra o naves bronceadas, sino leyes para que las tengan en custodia y las guarden, llamando alumno y discípulo del mismo Zeus, no al más belicoso de los reyes, ni al más violento, ni al más matador, sino al más justo; pero Demetrio se complacía en un sobrenombre muy desemejante de los que se dan al rey de los dioses; porque éste se denomina protector y conservador de ciudades, y Demetrio tomó para sí el título de Poliorcetes, que es expugnador de ellas. ¡Hasta tal punto confundió un poder necio los términos de lo honesto, y de lo torpe, y quiso hacer habitar en uno la gloria y la injusticia!

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